jueves, julio 27, 2006

Sobre el Atlántico.

En el momento en el que escribo estas líneas, el comandante del Airbus 330 que me trae de regreso a España nos avisa de que, a nuestra derecha, ya podemos divisar tierra portuguesa. Europa nos recibe con el calor estival que le es propio. Sobrevolamos Coimbra y marcamos rumbo a Madrid, nuestro destino final.
El viaje ha sido largo, con una escala técnica de una hora en Cartagena de Indias donde, desde el cielo, hemos podido divisar, aún someramente, el atardecer marítimo del mar Caribe. Cartagena es una de esas joyas del Caribe que merece la pena visitar. Esta ciudad, de alguna manera, está presente de manera continua en la conciencia de todos los ciudadanos de Colombia, nacionales o no. Es el paraíso nacional. Un sitio que, en el imaginario colectivo se torna como un sueño accesible por cuatro días y un millón de pesos. Cuando, hace unos días, un cachaco –bogotano- me hablaba de las delicias de una Cartagena que no conocía pero que soñaba con visitar, no dejé de comprobar, una vez más, que el ser humano es igual en todos los puntos del planeta. Durante años, en idénticos términos, he oído decir lo mismo a muchos compatriotas de nuestro paraíso particular, las Islas Canarias.
Termino de escribir estas líneas por hoy. El particular sonido que nos ordena el abrocharnos los cinturones, colocar los asientos en posición vertical y apagar los aparatos electrónicos acaba de sonar. Veo como una de las azafatas, una mujer estilizada de pelo negro, piel clara y ojos grandes se me acerca con ese gesto adusto que intenta mezclar, sin conseguirlo, autoridad y sensualidad. Va a decirme que apague mi ordenador personal. Dejaré que lo haga de forma clásica. No en vano, sospecho que debe ser una mujer adornada con tal característica. Sólo alguien así puede seguir usando Channel nº5 en los tiempos que corren.

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