viernes, febrero 11, 2011

Volando hacia España.

Hace tres horas y media que he despegado en un Airbus A-340/600 de Iberia, rumbo a Madrid. En algún punto del océano Atlántico escribo este post. A mi espalda, he dejado la ciudad de Bogotá. He abandonado sus cerros verdes, que son mi referente diario, y su altura, que la convierte en una ciudad que está 2600 metros más cerca de las estrellas, Atrás ha quedado el habla bogotana -o rola-, educada, pausada, alterada tan sólo por algún "triple hijueputa" -pronúnciese así, alargando preferiblemente la primera sílada- dicho por un taxista "emberracado" en algún "trancón" producido en hora punta. Y atrás queda la Facultad que siento mía, o que se identifica con lo que soy o lo que siento, más que ninguna otra. Y atrás queda también el Parque Simón Bolivar, que es tres veces mayor que el mítico Central Park de New York, y que pude ver al despegar, con su lago irregular y atractivo. Y atrás quedan las empanadas de yuca y "La Noche" de Claudia Gurisatti que, día a día, le echa la bronca -léase "regaña"- a la poca audiencia que a las doce de la noche está despierta en Bogotá. Y a tres horas y media dejamos los "domicilios", una costumbre que consiste en que todo, si uno lo pide, desde la carne hasta la ropa, te lo llevan a casa sin problema -léase "con mucho gusto" en buen colombiano-. Y atrás quedan también los saludos de un cuarto de hora, llevar el paraguas -una expresión rara que se aclara cuando se "carga la sombrilla"- y el almorzar a las doce de la mañana o el que, las 5:00 am, sea hora pico.

Ahora mismo, decía, estoy sobrevolando el océano Atlántico, rumbo a España. Muchos de los pasajeros son colombianos pero muchísimos, siendo mayoría, son españoles. Sentado en mi silla, junto a la puerta de emergencia, puedo escuchar sus acentos reconocibles. Sé quienes son gallegos, castellano leoneses o catalanes. Y caigo en la cuenta de que, tras un año y poco en Colombia, también puedo distinguir a los costeños de los paisas y a los chocuanos de los rolos. Formas de hablar, de expresarse, con acentos diferentes pero culturas similares.

En pocas horas, veré a mis padres, que es un motivo de gran alegría. Y regresaré a Salamanca, aunque sea sólo por un día, y daré clase y regresaré a mi casa. Y luego París. En diez días, cumplidos los compromisos docentes, regresaré a Bogotá. Y también regresaré a mi casa. Y en los dos sitios, en ocasiones, siento nostalgia del otro. Y aquí, en medio del océano, recuerdo algo que alguna vez nos contó Eduardo Galeano: al visitar Galicia, entraba a restaurantes y bares donde había mates, pieles de vaca, se escuchaba tango de fondo y había banderines del Boca Junior. Eran emigrantes retornados de la Argentina que, en realidad, no habían vuelto. Ambos, decía el uruguayo, tenían dos tierras y dos países y el corazón partido por la mitad.

Este año he estado, contando sólo América Latina, en Argentina, Uruguay, Brasil y Lima. En todos ellos encontré gentes con las mismas experiencias. Muchos de ellos, no tienen el corazón roto, simplemente, aman dos veces.

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