
En este mundo de insensibilidad, donde los espectadores, lectores, oyentes estamos anestesiados ante tanto sufrimiento, una noticia me clavó doce puñaladas en el corazón. Leía y no podía dar crédito a la noticia reflejada en la pantalla del ordenador. Navegué a las web de las radios uruguayas y no se hablaba de otra cosa: El maestro había muerto. A los ochenta y ocho años, D. Mario Benedetti se reencontraba con el creedor quien, con total seguridad, es admirador de los poemas del maestro. Al conocerlo, estoy seguro de que, con su timidez congénita, le dirá aquello que tantas veces pensó, "No sabía si existías pero estoy seguro de que no te importó mi duda". Se reencontrará con Luz, cuya vida se apagó hace ya tres años, llevándose parte del corazón del uruguayo universal. Ahora, mientras pasen despiertos toda la eternidad podrá repetirle lo que le decía en las noches de literatura que pasaron juntos: "Que buen insomnio si me desvelo sobre tu cuerpo".
Hace años, Facundo Cabral, contaba que le preguntó a su abuela, en el antiguo Buenos Aires, cómo supieron de la muerte de Gardel. "Sonaron las sirenas del puerto y supimos que algo terrible había pasado. Pronto supimos que D. Carlos había muerto en Medellín". ¿Y qué pensaste, abuela". "Carajo, ahora sí somos pobres de verdad". Al asumir la muerte de D. Mario siento la misma sensación de pérdida, sentimos la misma angustia. Benedetti se convirtió en un icono por su sensibilidad y porque, con su poesía y sus palabras llenas de magia, era capaz de expresar lo que sentimos millones de personas que no tenemos ese talento.
Tuve la oportunidad de conocerlo en Salamanca, en un recital en el Edificio Histórico de nuestra universidad. Nos leyó poemas a más cuarenta personas que nos reunimos para escucharle. Tenía el repertorio previsto, programado, pero las chicas que lo admiraban, lo idolatraban, le pedían en voz baja este poema o aquel otro. "Ustedes y nosotros", "Hagamos un trato", "Pasatiempo", "Rostro de Vos". En cada pausa, entre poema y poema, había una petición. Con su mirada tierna, su timidez patológica y su acento uruguayo campeaba el temporal: "Ese va dentro de un poquito" o "bueno, lo adelantaremos". Siempre tierno, siempre complaciente. Desde entonces, de manera imposible, siempre que leo su obra suena su hermosa habla uruguaya. Siempre nos quedará su obra pero él ya no estará más con nosotros. Y eso, se mire como se mire, redios, es una putada y una gran mierda.
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