
Los que me conocen de siempre, desde el colegio, saben bien mi fascinación por los walkman. Desde que los descubrí con doce años -mi padre me compró un Toshiba con radio digital en el sur de Gran Canaria- jamás volví a desprenderme de ellos. Aquellos casetes portátiles me hicieron una compañía de un valor incalculable. Adonde iba, el walkman me acompañaban junto con diez o doce casetes con los LPs de la época (True Blue de Madonna, Veneno en la Piel de Radio Futura, Autobiografía de Duncan Dhu y tantos otros). Cuando salíamos de viaje, mis padres, que no decían nada, veían con un poco de extrañeza como, antes de salir, los seleccionaba y ordenaba en mi mochila. Todos no podía llevármelos.
Era tal el uso que, a pesar del cuidado, la media de vida de uno de aquellos reproductores jamás superaba el año y medio. Sólo uno, un Sony, pudo arreglarse sin que fuera más rentable comprar uno nuevo. Tras la muerte de cada unidad, y una insistencia poco frecuente, mi madre me complacía comprándome uno nuevo. Jamás sabrá lo feliz que me hacía cada compra, la minuciosidad con la que elegía cada modelo.
Más de veinte años después he vuelto a experimentar la misma sensación, la misma felicidad. Evidentemente, ya no utilizo el viejo walkman Sony -aunque se encuentre en perfectas condiciones- sino un modesto Mp3 de 2 GB que hace su oficio y que, como sus antecesores, me acompaña a donde voy. Mi madre, como cuando era niño, me ha regalado en estas navidades un "walkman actualizado": El nuevo IPOD Classic.
¡Qué cosa tan increible! Hay IPODs que sirven para muchas cosas: Desde el Ipod Photo, que en realidad es una especie de ordenador de bolsillo, hasta el famosísimo Iphone. Todos hacen mil cosas y, además, son reproductores de sonido con 8, 16, 32 ó 64 Gb de Memoria. El classic, salvo reproducir música con calidad excepcional, no hace prácticamente nada más. Ni falta que le hace porque, madre de dios, tiene 160 Gb de memoria. Es el ferrari de los reproductores de música. Pueden almacenarse más de 40.000 canciones en una calidad alta o, dicho de otra manera, unos 3400 CDs de música. Simplemente, alucinante. Es el sueño de cualquier niño hecho realidad. Ayer, cacharreando, he pasado la música que más suelo oír -mucha sigue siendo la que contenían aquellos casetes de antaño-, unos ochenta CD's de música en perfecta calidad digital. No llega ni al 1% de la capacidad de mi nuevo IPOD, mucha música por delante. Es la actualización de los casetes en la mochila. Ahora sí puedo llevármelos todos aunque a mis padres, con casi toda seguridad, les siga pareciendo extraño.
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